28 abril, 2008

Umberto_Eco - El péndulo de Foucault

De pronto me iluminé: tenía una profesión. Decidí montar una agencia de informaciones culturales. Sería una especie de detective del saber. En lugar de meter las narices en los bares de alterne y en los burdeles, tenía que ir por las librerías, las bibliotecas, los pasillos de los departamentos universitarios. Y después esperar en mi despacho, con los pies sobre el escritorio y un vaso de papel con whisky de los ultramarinos de la esquina. Alguien llama y dice: “Estoy traduciendo un libro y me he topado con un tal, o unos tales, Motocallaemin. No logro comprender de qué se trata.” Tú tampoco lo sabes, pero no importa, pides dos días de tiempo. Vas a mirar algún fichero en la biblioteca, ofreces un pitillo al tío de la sección de referencias, encuentras una pista. Por la noche invitas al bar a un ayudante de árabe, le pagas una cerveza, dos, el otro baja la guardia, te da la información que buscas, gratis. Después llamas al cliente: “Pues bien, los Motocallemin eran teólogos radicales musulmanes de la época de Avicena, decían que el mundo era, ¿cómo le diría?, un polvillo de contingencias, que se coagulaba en formas sólo gracias a un acto instantáneo y provisional de la voluntad divina. Bastaba con que Dios se distrajera un momento para que el universo se desplomase. Pura anarquía de átomos sin sentido. ¿Es suficiente? He trabajado tres días; lo que usted quiera.” Tuve la suerte de encontrar dos habitaciones con una cocinita, en un viejo edificio de la periferia, que debía de haber sido una fábrica, con un ala para las oficinas. Los apartamentos que habían hecho daban todos a un largo pasillo: yo estaba entre una agencia inmobiliaria y el laboratorio de un embalsamador de animales (A. Salon - Taxidermista). Tenía la impresión de estar en un rascacielos americano de los años treinta, sólo con una puerta esmerilada ya me habría sentido Marlowe. Instalé un sofá cama en la segunda habitación, y en la entrada, el despacho. Puse dos estanterías que fui llenando de atlas, enciclopedias, catálogos. Al principio tuve que hacer alguna concesión y escribir también alguna que otra tesis para estudiantes desesperados. No era difícil, bastaba copiar las del decenio anterior. Después los amigos editores me enviaron originales y libros extranjeros para que los leyera, naturalmente los más desagradables, y por una retribución bastante módica. Pero iba acumulando experiencia, conocimientos, no desperdiciaba nada. Fichaba todo. No pensaba en la posibilidad de tener las fichas en un computer (en ese momento estaban apareciendo en el mercado, Belbo sería un precursor), procedía con métodos artesanales, pero me había creado una especie de memoria hecha con tarjetitas de cartulina, con indices de referencia. Kant... nebulosa... Laplace, Kant... Koenisberg... Los siete puentes de Koenigsberg... teoremas de la topología... Un poco como ese juego en el que uno tiene que ir de salchicha a Platón en cinco pasos, por asociación de ideas. Veamos: salchicha-cerdo-cerda-pincel-manierismo-Idea-Platón. Fácil. Hasta el original más meningítico me hacia ganar veinte fichas para mi cadena de la suerte. El criterio era riguroso, y creo que es el mismo de los servicios secretos: no hay informaciones mejores que otras, el poder consiste en ficharlas todas, y después buscar las conexiones. Las conexiones siempre existen, sólo es cuestión de querer encontrarlas. EL PENDULO DE FOUCAULT.DOC

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